(Basado en una historia real)
Ella estaba agotada. El muy imbécil de su ex marido no sólo se había quedado con todas sus ilusiones de juntos para toda la vida, sino también con la casa, el auto y los ahorros que habían juntado durante sus trece años de matrimonio. Y todavía tenía que llevar a los niños los fines de semana a su casa porque él estaba muy ocupado con su nueva señora y su bebe como para irlos a buscar. Se daba la gran vida de recién casado y padre reciente cuando ella luchaba por sobrellevar la situación con sus tres hijos. La casa había sido regalo de su padre para ella cuando se independizó. Y ahora vivía él. Con otra.
Otro auto paró atrás, tres niños bajaron corriendo. Eran los hijos de la mujer de su ex marido. En el divorcio, el padre consiguió quedarse con la tenencia, pero tenían que pasar el fin de semana con la madre. Ya era habitual encontrarse con él y sus tres pequeños en la puerta de la casa de sus ex esposos. Incluso los últimos fines de semana habían ido a tomar un café después. Los dos tenían suficientes problemas como para compartir y entendían lo que le sucedía a la otra persona.
Él era un hombre serio, cariñoso con los hijos y trabajador. Le gustaba leer y el café. Tomaba mate, hacía asados y había prometido enseñarle a jugar al truco. Además era pintón. Tenía todos sus años bien llevados y el cabello rubio no mostraba muchas canas. Incluso había llegado a pensar que las arrugas alrededor de los ojos le quedaban atractivas. Era un tipo interesante.
Dejaron a los niños. Otro café, otra caminata por la rambla y cada uno a su casa.
Sus tres hijos la sacaron de la cama el sábado demasiado temprano. El viernes se había quedado trabajando hasta muy tarde, no tenía ganas de enfrentarse al imbécil tan pronto. “Un ratito más” pidió.
Pero fue imposible, el timbre sonó y los tres salieron corriendo a abrir la puerta. Ella salió de la cama y se puso la bata. No le gustaba que los niños abrieran la puerta. Últimamente estaba demasiado sobre protectora.
Sofía, la más chica, la vio salir con la cara de recién levantada y toda despeinada. Autoritariamente y con los ojos desorbitados, la volvió a meter en el cuarto y le tiró un peine:
“No salgas de acá hasta que no te vistas, ¿me entendiste? Y lavate la cara”. Esas eran las cosas que la madre le tenía que decir a la hija, no al revés.
Le hizo caso. Y cuando salió del cuarto se encontró con un complot: los seis niños estaban tomando la leche. Arriba de
Él.