Saturday, April 21, 2007

Zíngaras


Camino rápido, avanzo al borde de la desesperación, esquivo piedras en mi camino. Mi meta: escaparme de las escupidas maliciosas de las gitanas. Una me intercepta y adivina mi pensamiento: “tenés miedo”, me dice. ¡Sí! Pero no lo voy a admitir, así que sonrío tan dulcemente como la ocasión me lo permite y sigo caminando, casi corriendo.
Tal vez será por aquella vez que una familia gitana calló en mi casa en su lujosa camioneta, vendiendo ollas enromes. Todavía usamos la olla de los gitanos para hacer los súper guisos que se manda mi padre. Desde la ropa hasta los nombres llamaron mi atención. Tenía 10 años, tal vez.
Tal vez, también puede ser, porque siempre caen en primavera y acampan frente al liceo. Igual que la vida de un circo, siempre me pregunté que se sentiría ser nómada.
¿Por qué no se hacen intercambios culturales con los gitanos?
El punto es que me llaman la atención. Me interesan. Aunque le hayan sacado quinientos pesos a un amigo leyéndole la mano, aunque cada vez que aparecen dicen que sube la taza de robos. La olla que mi padre les compró todavía sirve.
Emma.