Wednesday, July 23, 2008

Economía (II)

2 + 2 = ?

Ingeniero : 3.9968743

Físico : 4.000000004 ± 0.00000006

Matemático : Espere, solo unos minutos más, ya he probado que la solución existe y es única, ahora la estoy acotando...

Filósofo : ¿Qué quiere decir 2+2 ?

Lógico : Defina mejor 2+2 y le responderé.


Mientras que yo estoy inclinada a (no) responder, como el filósofo, mis profesores de economía se empeñan a sacarme respuestas precisas. Última oportunidad. ¡Éxitos!


¿Cuántos lados tiene un círculo? Dos, el de adentro y el de afuera.

Sunday, July 20, 2008

Feliz día amigos

La amistad entre el hombre y la mujer es una cuestión de actitud. Y como cuando se trata de actitudes soy la peor, tengo muchos amigos hombres. No me molesta ser la única mujer de la barra (con extensión a Flo), me acostumbré a tratar temas masculinos desde el punto de vista femenino. Pero hay veces que hace falta compañía femenina. Por ejemplo cuando es hora de ir al baño. Y de baños es mi post. Cualquier estómago sensible, favor de abstenerse.
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1. La eterna falta: Papel

Noche de la nostalgia del año pasado. Antes de irnos nos separamos para ir al baño: hombres para una puerta, yo para la otra. Problema femenino mundialmente conocido en los baños: no hay papel. Me doy vuelta el boliche buscando a mi tía que había prometido conseguirme, pero no aparece. Los encuentro a ellos esperándome en la puerta del baño.
– Dale loca, apurate.
– Todavía no.
¿Para qué mencionar el dilema del papel? Se empezaron a reír, detalle para nada útil en ese momento. ¡Es tan fácil para ellos! Pero Sergio, el enfermero, siempre listo, saltó a mi rescate.

2. Playa. Baño público

Es una verdad universalmente conocida que los baños de mujeres siempre están más sucios que los de los hombres. Ese día nos habíamos ido a un balneario. Toda la tarde tirados como lagartos al sol, tomando cerveza y comiendo bizcochos. Cuando juntamos voluntad para subir hicimos un stop en el baño. Como siempre, yo para un lado y ellos para el otro. La que estaba desesperada era yo. Y la que se quedó con las ganas fui yo.

Alguna mujer tuvo la buena idea de bañarse, por lo que todo el piso estaba mojado y lleno de jabón. Una de las puertas… bueno, convengamos que en la playa los baños públicos no funcionan bien y se pueden tapar. La otra puerta estaba ocupada y cuando escuché un ruidito poco generoso decidí esperar afuera. Y ya no pude volver a entrar porque el ruidito venía con sorpresita.

Ellos me esperaban en la puerta del baño de hombres, que, por cierto, olía a colonia. Les conté mi problema y, como de costumbre, se rieron de mí. Cesar entró al baño y salió diciendo que no había nadie, entonces, montaron guardia en la puerta mientras yo entraba. Cuando salí Lucas le dijo a un hombre que podía entrar.

3. Playa. Baño improvisado

Aquella noche no llevé vaso al cumpleaños. Tomé con Lucas, del vaso de él, lo que él quería. Que era vodka. Y a mi me cae mal. Después acepté la cerveza que me regaló Cesar y también estuve tomando un tipo de mezcla que preparó Damián con Alan. Las llaves del auto pasaron a manos de Lucas enseguida.

Fuimos a llevar a Cesar, hicimos una parada en el pub. Los baños estaban llenos, entonces seguimos camino a la playa. El lugar allá abunda y pasando el frío por arriba, hicimos lo de siempre: él para un lado y yo para el otro. No contamos con la astucia de las luces largas del auto que pasó. “Casi pierdo una amiga hoy”, dijo él cuando volvimos.
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Me cuidan y me hacen emocionar cuando les mando mensajes cursis del día del amigo y responden “ahhhh, yo también te quiero. Feliz día y suerte en los exámenes”.
Feliz día amigos
(e Io, que no está en ninguna de las fotos)

Thursday, July 10, 2008

Prueba de lectura


Cuando era chica mis faltas de ortografía asaltaban cada página de mis cuadernos y era la peor lectora de todo el curso. Mi madre me obligaba a hacer copias y con mi vaguismo, siempre y sin excepción, demoraba horas. A ella también le preocupaba lo pobre de mi lectura, entonces me compraba libros. Quedaban bonitos en la biblioteca.

No me acuerdo cómo, cuando tenía once años descubrí que hacía muchos siglos había existido una cultura con muchos dioses y personas sobre naturales, que habían estado diez años en guerra por una mujer. Mi mamá me compró La Ilíada. Claro que no la leí. Pero sentaba a mi padre (orientación números) y a mi madre (orientación biológica) y les preguntaba cosas griegas que ellos habían dado en el liceo. Gran demostración de memoria por parte de los dos, por cierto.

Mi madre no se rendía y seguía asaltando las librerías una vez cada tanto para buscar un libro que me pudiera gustar. Y, como dice la frase, “persevera y triunfarás”, me llevó uno acerca de una muerte y que todos parecían culpables. Yo estaba segura que iba a poder descubrir el misterio antes que Agatha Christie me lo contara. De cierta forma así fue, el asesino era uno entre los diez o doce que yo tenía por sospechosos (sí, eran casi todos los personajes del libro, incluso sospechaba del muerto).

Tenía más o menos dieciséis cuando las amigas de mi madre (menos una, todas con orientación números o biología o cosas igual de espantosas) se enteraron de esta profesora de literatura excelente que daba clases en el liceo y bla, bla. La invitación fue para mi madre y para mí. En el curso dimos La Odisea. Otra vez, claro que no la leí, con dieciséis años estaba completamente sumergida en Harry Potter. Pero esa profesora, con toda su paciencia, me explicó cada uno de los dioses olímpicos, el amor paciente de Penélope y que para llegar a lo que se quiere hay que mentir (bueno, ella no lo dijo así, pero esa fue mi reflexión).

De pronto Agatha Christie empezó a aburrir y decir que leía Harry Potter me daba vergüenza. Entonces entré en la facultad. De golpe tuve que cambiar la forma de escribir, superar las faltas de ortografía y leer un libro cada dos semanas (¡oh, qué cantidad espantosa!). Entonces leí La Ilíada. Y me encantó. Obvio, nadie creyó que realmente podía gustarme semejante piedra en el estómago, pero es verdad: ME GUSTA LA ILÍADA.

Le empecé a tomar cariño a la lectura. A tirarme en el sillón con una frazada, un café y un libro. Cada vez que entraba a una librería agotaba un poco de paciencia paterna. Entonces derramé el agua del vaso: salí de la librería con tres libros de los cuales ninguno era el que quería comprar. Y después me compré tres libros más (que no estoy segura si alguna vez los voy a leer). Eso que se llama “comprador compulsivo”. Mi madre me prohibió entrar a una librería otra vez (hasta nuevo aviso). Pero, hecha la ley hecha la trampa, también hay ferias, puestos en la calle y una maravillosa tienda de revista que no saben qué hacer con los libros clásicos y los regalan por (la módica suma de) $50.

Cómo cambian las cosas: antes mi madre estaba desesperada porque yo leyera. Ahora si digo la palabra “libro”, tiembla.

Thursday, July 03, 2008

mi hermanito chiquitito

Ya llegó.
Allí con las dos perras