Los últimos días de diciembre del año pasado junté a un par de amigos en la cocina de Hernán y comenzamos a filmar. El presupuesto era bajo (por no decir nulo): cien pesos que se fueron cuando compramos cuatro pilas para la cámara de fotos y un par de chicles. Encima las fotos salieron fuera de foco.
Hacía calor. No sabíamos la letra. El arroz era viejo y el agua, de la canilla, pero le pusimos ganas y de garras corazón pudimos cambiarle los pañales al bebe. Mi hermana filmaba, pero a la hora se fue porque había quedado de encontrarse con las amigas en la piscina.
El segundo día de filmación tocaban los exteriores. Cuando fuimos a la playa estaba llena de gente. Nadie se animaba a hacer lo que les tocaba, entonces se tuvo que suspender. Y para el último día no teníamos locación.
Hacía calor. No sabíamos la letra. El arroz era viejo y el agua, de la canilla, pero le pusimos ganas y de garras corazón pudimos cambiarle los pañales al bebe. Mi hermana filmaba, pero a la hora se fue porque había quedado de encontrarse con las amigas en la piscina.
El segundo día de filmación tocaban los exteriores. Cuando fuimos a la playa estaba llena de gente. Nadie se animaba a hacer lo que les tocaba, entonces se tuvo que suspender. Y para el último día no teníamos locación.
Pero una vez que lo vi terminado me di cuenta de que todo esfuerzo valió la pena. Cada vez que repetía la línea o me ponía un buzo con el aire a casi cuarenta grados de temperatura, cada vez que hice correr a Soledad y cada grito que pegó el bebe (Máximo). Todo valió la pena. Incluso toda la gente que nos miraba como si estuviéramos locos cuando nos veía pasar con la cámara y a los gritos.
Emma.
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Gracias Lucas, Mónica y Agustina por permitir que Máximo llegara a nuestras garras. Lujan, Hernán, Rocío, Josefina, Cata, Sol, Cindy, Luciana, Juliana, Pemi, Guille, Uri (aunque todavía no sepas que estás en el corto).