Thursday, July 26, 2007

Pluma y papel

“Bienvenidos a la inauguración de este: mi nuevo cuaderno del terror. El objeto que si llega a caer en las manos equivocadas provocará el fin de mi orgullo”

Mi primer contacto con un diario íntimo fue triste. Era el cumpleaños de una amiga y uno de sus regalos era un hermoso cuadernito lleno de dibujos marcados en dorado y un candado con dos llaves. “¡Un diario íntimo!”, exclamó ella encantada y yo, secretamente, comencé a pensar en todas las cosas que podría escribir si llegaba a tener uno. Tenía seis años, mi vida era muy excitante.

Pero mi madre se rehusó a comprarme uno hasta que no corrigiera mi letra y (ella soñaba) mis faltas de ortografía. Así que exprimí al máximo mi creatividad y me hice uno: un montón de hojas grapadas con un gancho viejo y en la primer hoja había escrito: “Mi diario íntimo”. Lo escondí en mi lugar secreto, en un cajón del escritorio de mi tío. Así que toda la familia se enteró lo que había escrito en mi precioso diario.

El segundo contacto no fue mucho mejor. Me habían regalado uno para mi cumpleaños cuando cumplí ocho. Con una carrera de niña insoportable y mal criada que acarrear y dos hermanos menores de cinco y un añito, siempre tuve niñeras (hasta los dieciocho años, sí). Pero ninguna tan chusma como Beatriz que se encargaba de hacerme la vida imposible y no me dejaba jugar con los autitos de mi hermano por el simple motivo de que cuando me aburría no los juntaba. Abrí mi diario y debajo de donde decía que me gustaba Nicolás, puse que Beatriz era una pesada.

Al otro día ella me zarandeó un poco y me dijo que no era ninguna pesada. “Yo nunca dije eso”, me defendí. Y ella, la muy hipócrita, me dijo que lo había leído en mi diario, es más, me hizo borrarlo. Supongo que en ese momento llegué a la conclusión de que no era tan íntimo después de todo por mucho candadito que tuviera.

Otros incidentes poco afortunados fue correr al hermano de Nicolas por toda la casa diciéndole que me gustaba, mientras Nicolás leía que el que me gustaba era él. Y enterarme que mi mejor amiga había leído que me molestaba jugar a todo lo que ella quería.

Me tomé un tiempo con los diarios íntimos antes de terminar la escuela y los primeros años de liceo. Pero la tentación fue más fuerte, así que en la primavera del 2000 volví a iniciar el vicio. Fue como con los cigarros: primero probas a ver que tal es, después fumas en fiestas, para que no digan que sos un amargo y cuando querés acordar, ya no podes pasar. A mí me pasó lo mismo con los diarios íntimos a partir de segundo de liceo: agarré un cuaderno grueso para escribir mis cosas privadas para no ser diferente. Después ya, si bien decía que era para no ser diferente, me gustaba hacerlo; tirarme en la cama descalza y pensar en todo lo que tenía para escribir: los chusmeríos de todas mis amigas, las discusiones con mis padres, lo insoportables que eran mis hermanos y el infaltable él que decoraba todas las hojas: “¡Me saludó!", “Lo miré, me miró, nos miramos”, “Etc”.

A medida que creía y veía que mis amigas dejaban el vicio de escribir y yo seguía firme a la pluma, comencé a cuestionarme la idea de mentir: “Nooo, yo no escribo más tampoco, eso es de niños”. Pero me encantaba mostrarles como decoraba las páginas de mis agendas (Pacualina) con las fotos de los que nos gustaban a todas, entonces listo, si eran mis amigas que me bancaran.

Pero de todas formas, después de escribir ocho agendas en un solo añito comencé a plantearme mejor la situación. No era como que me iba a morir de cáncer a la mano por tanto escribir, ni mis neuronas iban a dejar de funcionar por tanto que lo hacía. No podía ser tan malo entonces, ¿No?

No puedo estar sin escribir porque tampoco cuento las cosas y si se quedan allí, se transforman en esas pastillas que cuando se ponen en agua largan efervescencia y joden. Me ayuda a quitarme las cosas de la cabeza y plasmarlas en una hoja, a conectarme conmigo, a abrirme. Y a reirme de las macanas que me mando cuando leo lo que escribí.

No me imagino viviendo toda la vida cerrando un cuaderno con un candado (que siempre dejaba de usar porque lo perdía) pero tampoco me la imagino dejando de escribir.

Por alguna razón, las cosas que dicen “No mirar” o “Prohibido pasar” son las que causan mayor curiosidad. Yo sigo firme a mi vicio e inculcándolo en otras personas. Y reconozco: si mis cuadernos del terror llegan a caer en las manos equivocadas, mi orgullo (que es abundante) se caería por las escaleras.

Emma

3 comments:

Bloody said...

Es terrible si alguien lo ve. Yo decidí volver al diario hace poco, porque me di cuenta de que estaba atomizando a alguien con mis problemas y me estaba volviendo demasiado abierta a mis obsesiones, para mi gusto.

Y así que lo empecé, hará un mes y medio. El título: "Diario íntimo". Subtítulo: "Y cuando digo íntimo quiero decir íntimo".

Cuando tenía 6 años me encontré a mi primo leyendo mi diario, sin culpa, que estaba en un baúl de juguetes de mi cuarto. No le hable por casi 4 meses (hay que ver cuál es la escala de 4 meses a los 6 años, claro).

Muy lindo.

Emma said...

Mi psicóloga le puso "Cuaderno del terror" a mi diario íntimo porque, justamente, si llegaba a caer en manos equivocadas... se me eriza la piel de solo pensarlo.

Si, mi reina said...

Ja!cuantas situaciones parecidas. Empeze con los diarios a los 8. Cuando fui ya grande segui con las benditas agendas y now con los blogs.