Wednesday, August 16, 2006

Narcisa


Se miró al espejo una vez más. Estaba hermosa. No había nadie esperándola, ni ella esperaba a nadie, pero arreglarse, sentirse bien, era algo que hacía para ella, para nadie más.

Comenzaba con el baño. Muchas veces pensaba que si tuviera una bañera jamás saldría de ella. Pero la ducha era suficiente. Se quedaba en ella hasta que se acababa el agua caliente, sintiendo su cuerpo limpio y tibio con el aroma del jabón. Salía del baño y se perfumaba. Escogía con cuidado la ropa que se iba a poner y la estiraba con cariño arriba de la cama.

Antes de vestirse se encargaba del cabello. Si quería rulos o lo quería lacio dependía del momento, pero su cabello era lo más importante. Se peinaba con suavidad, sin dejar de mirarse al espejo. Le daba vergüenza mirarse tanto al espejo. Generalmente, cuando había gente cerca, nunca lo hacía. Sus amigas sí, siempre se paraban frente al espejo y se admiraban, pero ella no podía, no lo tenía permitido: sus amigas eran hermosas, ella no.

Una vez que ya estaba pronta se colocaba nuevamente frente al espejo, entonces era imposible que desviara la mirada: lo que veía le agradaba mucho. Era ella, pero no la que estaba acostumbrada a ver. No era la misma que andaba siempre con la espalda encorvada por el peso de los libros en la mochila. Ni la misma chica que tenía el pelo enmarañado porque no tenía tiempo de lavárselo. Esas manos no eran las que todas las mañanas lavaban la cocina y los baños de la casa. La que en ese momento se miraba al espejo era otra persona.

Era un disfraz que se colocaba con esmero para ocultar su vida. ¿O su vida era un disfraz para ocultar algo que le daba vergüenza mostrar?

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